viernes, 12 de diciembre de 2008

Continuando el pensamiento de 1)

4) Me llega la primera pregunta acerca de valorar tan poco lo que decimos. Opino que a veces se da que valoramos poco lo que decimos porque no lo hemos madurado, no lo hemos pulido, no lo hemos afianzado por la experiencia. Sobre todo en la juventud donde uno porque razonando puede captar algunas verdades dice las cosas sentenciándolas como un sabio -más para que nos dé seguridad-, pero en el fondo sin la seguridad de la experiencia. Luego, más maduros, nos damos cuenta que lo dicho de ese modo no siempre es la verdad que cae por su propio peso. 
La valoración de lo que decimos puede depender de la valoración que tengamos de nosotros mismos. También de la aceptación de los otros, o del poder de los efectos que produzcan nuestros dichos. Pero también puede depender del no  a todo esto que acabamos de decir. Si es así, estamos valorando lo que decimos por lo exterior. ¿Acaso lo que decimos no deberíamos valorarlo por la verdad intrínseca de lo que decimos? Preguntándolo de otra manera ¿no es la verdad la que nos debería cuestionar incluso nuestros propios dichos? ¿No es la verdad lo que nos debe sujetar a todos, justamente no para atarnos, sino para hacernos libres, incluso de nosotros mismos y nuestros caprichos?
Por tanto, deduzco que para dialogar con otro tengo que saber dialogar conmigo mismo, animándome a cuestionarme a mí mismo.