viernes, 12 de diciembre de 2008

Continuando el pensamiento de 1)

4) Me llega la primera pregunta acerca de valorar tan poco lo que decimos. Opino que a veces se da que valoramos poco lo que decimos porque no lo hemos madurado, no lo hemos pulido, no lo hemos afianzado por la experiencia. Sobre todo en la juventud donde uno porque razonando puede captar algunas verdades dice las cosas sentenciándolas como un sabio -más para que nos dé seguridad-, pero en el fondo sin la seguridad de la experiencia. Luego, más maduros, nos damos cuenta que lo dicho de ese modo no siempre es la verdad que cae por su propio peso. 
La valoración de lo que decimos puede depender de la valoración que tengamos de nosotros mismos. También de la aceptación de los otros, o del poder de los efectos que produzcan nuestros dichos. Pero también puede depender del no  a todo esto que acabamos de decir. Si es así, estamos valorando lo que decimos por lo exterior. ¿Acaso lo que decimos no deberíamos valorarlo por la verdad intrínseca de lo que decimos? Preguntándolo de otra manera ¿no es la verdad la que nos debería cuestionar incluso nuestros propios dichos? ¿No es la verdad lo que nos debe sujetar a todos, justamente no para atarnos, sino para hacernos libres, incluso de nosotros mismos y nuestros caprichos?
Por tanto, deduzco que para dialogar con otro tengo que saber dialogar conmigo mismo, animándome a cuestionarme a mí mismo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El desafío del diálogo basado en la verdad.

3) El diálogo es un desafío en sí mismo, porque tienen que hablar por lo menos dos, dándose y recibiéndose mutuamente. Pero se puede dialogar sobre mentiras...
Dios ha querido crearnos para invitarnos para dialogar con Él. Pero jamás puede ser un diálogo basado en la mentira, puesto que Dios es verdad y en Él no cabe mentira alguna.
Quien se valore y valore el ser del otro no debería ceder a la tentación de hablar sin verdad, puesto que desvalorizaría su propio ser, al otro, y la relación entre ambos.
Cedemos a la tentación de hablar sin verdad cuando hablamos por despecho, o enojados, o por envidia, o por celos, o por cualquier sentimiento que no sea el amor.
Amor y verdad coinciden. Y el amor dulcifica la forma de decir la verdad pero no le quita firmeza, cuando el interlocutor quiere engañar o engañarse. Engañar o engañarse provoca daño, no así el amor firme que enfrenta el rechazo por decir la verdad para liberar.
Un diálogo que no libere no es un diálogo, sino monólogos sucesivos.

lunes, 1 de diciembre de 2008

DIALOGO: CLAVE DEL PRESENTE PARA CONSTRUIR EL FUTURO

2) Siento que la misión que nos pide hoy la Iglesia pasa fundamentalmente por escuchar.
Desde allí, valorando lo que nos dice el otro y sobretodo valorando al otro, podemos dialogar.
Me recuerda la oración de San Francisco ...porque es escuchando que uno es escuchado ....
Los medios de comunicación nos bombardean con información y casi ninguna de esas noticias nos sirve para nuestra vida diaria.
Volver a escuchar a cada persona concreta que tenemos delante, es la forma más sencilla de valorar al otro. Es tambien amarlo, aceptarlo, reconocerlo, ayudarlo a verse a sí mismo, reconocer sus talentos.
Del Evangelio me impresiona siempre que Jesús se para y escucha. Escucha a grandes, a chicos, a enfermos, a sanos, a pecadores que lo reconocen y a los que se creen justos sin serlo. Pero Él se para.
Él escucha.
Me cuestionan esas paradas y escuchadas de Jesús: ¿por qué voy tan apurada en la vida??
¿son más importantes las cosas que las personas?
¿cómo es el Cristo vivo que muestro? ¿o no lo muestro?
¿qué me quiere decir Dios a través de este hombre o mujer que está aquí??
¿no será que es más cómodo pasar por la vida sin pararme, sin escuchar, sin cuestionarme?


1) Lo he pensado muchas veces, sola o en compañía... 
Y siempre me pregunto, ¿Por qué hablamos tan poco valorando lo que decimos o nos dicen?, ¿por qué es tan difícil dialogar para construir y construirnos?.
Percibo que el término ha perdido su real significación. Me corrijo, no la ha perdido, es peor no se la reconocemos... y peor aún, casi ni se intenta un dialogo original. Un diálogo que surja desde lo profundo de cada uno y no de lo que otros dijeron o escribieron. 
¿Por qué la esclavitud de depender siempre de lo que opinan los demás? ¿por qué no atrevernos a la valentía de sacar lo de cada uno y analizarlo humildemente con el otro y sumar todo lo bueno?.
¿Por qué no permitirme aportar y tampoco recibir?.... ¡Cuánto tema!...¡Cuánto se necesita!
Yo me atrevo, yo invito, yo creo que Dios nos está pidiendo ese encuentro con el otro, ese otro que es mi hermano, aunque no lo haya conocido, que no sea mi amigo, que no me reditue beneficios personales de ningún tipo.
¿No es eso Misionar?.......